Todo en él era familiar. La forma en la que distribuía su peso, entre su pierna derecha y el asiento de la moto; esa forma de fumar, esperando siempre unos segundos antes de soltar el humo después de cada calada; su mirada perdida en el horizonte, viendo algo que solo él es capaz de apreciar; su inseparable cazadora, aquella que él le regaló hace años; y su olor, aún desde el escalón de la entrada diferenciaba su olor del de los jazmines del jardín, ese mezcla entre tabaco de liar, colonia y algo más, algo suyo, algo especial.
Y aunque todo podía prever que esa familiaridad no iba a traerme más que dolor por los recuerdos, lo único que sentí fue seguridad, tranquilidad. Y aquella sonrisa perdida después de meses volvió a aflorar en mis labios. Y es que solo él era capaz de recuperarla.
Y en ese mismo instante algo dentro de mí cambió, tan sigilosamente que ni yo fui consciente, no hasta que se giró y la comisura de sus labios se ensancharon para dedicarme mi sonrisa, la que siempre fue solo para mí.
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